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1º ESO A - grupo AZUL

Integrado por:

- Arturo P

- Cristina C

- Carla Yangxu S

- Olga SU

P: PORTAVOZ, S: SECRETARIO, SU: SUPERVISOR, C: COORDINADOR, D: DINAMIZADOR

La presa equivocada

En la Laguna del Marquesado, aparecieron unos cadáveres misteriosamente. Al lado, había una aldea apartada, con una casa abandonada, donde vivía una cazadora. Todo el pueblo pensaba que era ella la culpable de los crímenes porque en los cuerpos aparecieron las puntas de las flechas que utilizaba para cazar animales.

Hacía poco que se había mudado una nueva aldeana. Era una pastora a la que todo el mundo la adoraba, aunque guardara un secreto que nadie en el pueblo conocía.

Los asesinatos continuaron y unos guardias fueron a la aldea para investigar los crímenes. Visitaron, uno a uno, todos los recovecos de la aldea, hasta que llegaron a la Laguna del Marquesado. Allí encontraron una caña de pescar con un sapillo pintojo muerto en el anzuelo.

Inspeccionaron la caña y dedujeron que había sido obra de la cazadora. Se encaminaron hasta su cabaña y la interrogaron, pero no encontraron ninguna pista que la incriminara. Al día siguiente, volvió a aparecer otro cadáver, con un sapillo pintojo congelado, sin ojos, en la plaza de la aldea.

Por una temporada, los asesinatos cesaron; mientras tanto, los guardias seguían vigilando las casas de la cazadora y de la pastora, a pesar de que nunca hallaran nada extraño.

Los asesinatos volvieron. En cada homicidio, siempre aparecía, detrás del cuerpo, una oveja muerta. Sin embargo, nadie vio nunca a la cazadora salir de su casa en los periodos de tiempo que se ejecutaban los crímenes.

Un día, escuchó disparos en el bosque. Salió la cazadora de su casa a ver lo que pasaba y notó, entonces, que alguien la vigilaba. Empezó a caminar más rápido y, cuanto más lo hacía, más cercanos sentía los pasos que la perseguían. La cazadora, cada pocos metros, iba girando la cabeza sin lograr ver a nadie. En realidad, era la pastora quien le iba disparando flechas. Toda la aldea escuchó la persecución, por lo que llamaron a los guardias. La cazadora se encontró, de repente, con un ciervo y cayó al suelo. La pastora lo mató sin vacilar. Por la rabia que sintió al ver cómo le quitaba la vida, cogió el arco y disparó en dirección a la pastora. En ese instante, se escuchó un grito desgarrador.

Un silencio más extraño de lo normal le siguió. Un silencio que se clavó en su corazón, como la flecha que tan certeramente lo atravesaba.

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