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Leer el Cabriel

LA HISTORIA EN PÍLDORAS / Ignacio Latorre Zacarés

Fotografías de la Confederación Hidrográfica del Júcar.

Ahora todo se lee. No se contemplan cuadros, se leen; no se observan e interpretan paisajes, se leen; no se analizan edificios, se leen y así in aeternum. Cuando en Venta del Moro imparten los cursos a los monitores de deportes de río también les dicen que lo más importante es “leer” bien el Cabriel y, consecuentemente, les enseñan a “leerlo”. Es el signo de los tiempos. Como los cocineros de moda que ahora deconstruyen, liofilizan, vaporizan, nubifican, reducen, espumizan, etc., etc. (¡Qué yo no quiero una tortilla deconstruida o hecha espuma, sino como la que me hacía mi madre!).

Lo cierto es que los ríos atesoran toda una literatura científica de ingenieros y técnicos que los recorrieron con fines de estudio y utilitarios. El Cabriel también tiene la suya y aparte de algunas referencias muy antiguas, como las del ubicuo geógrafo ceutí Al-Idrisi en el s. XII, poseemos alguna buena memoria de técnicos que recorrieron el Cabriel en el s. XIX.

En nuestro caso, muchas veces estas expediciones eran impulsadas por la Acequia Real del Júcar o la actual Confederación Hidrográfica. Uno de los precursores fue el turolense José de Morós y Morellón, un verdadero aventurero que viajó y estudió las colonias españolas del golfo de Guinea, pero cuyo último trabajo fue el reconocimiento del río Júcar en 1845 y 1846. El motivo fue el de siempre: los regantes de la ribera valenciana, que habían incrementado desde fines del XVIII mucho el área de riego, se quejaban de la falta de agua y aludían a que una posible causa era los usos irregulares del Júcar en su cuenca alta. Así pues, la Junta de las acequias del Júcar se dirigió a la Real Sociedad Económica de Amigos del País quienes comisionaron a Morós y Morellón (estudiado por el amigo Carles Sanchis) para el reconocimiento del río. Morós estaba hondamente preocupado por el atraso científico y técnico español y era un convencido de la importancia del estudio geográfico para la consolidación de un estado moderno liberal. Fiel a su pensar, aplicó sus conocimientos y métodos geográficos, cartográficos y geodésicos  y publicó en 1847 el primer estudio del Júcar. A pesar de que las derivaciones de agua descritas por Morós no eran significativas, para los regantes valencianos era todo un agravio los nuevos aprovechamientos del río que se producían en la cuenca alta del Júcar. Parece que los de la cuenca alta y media de los ríos sólo podamos asomarnos al río para verlo pasar.

30 años después del reconocimiento de Morós sucedió prácticamente lo mismo. En septiembre de 1878, la Junta de Gobierno de la Acequia Real del Júcar acordó nombrar a una comisión con el objetivo de que inspeccionara los presuntos aprovechamientos de agua irregulares que se estaban produciendo en los ríos Júcar y Cabriel, aguas arriba de Cofrentes. Los regantes del Canal del Júcar constataban cómo las aguas no llegaban en la cantidad suficiente para regar sus cada vez más acrecentados campos de cultivo. ¿Era el problema los cuatro años de sequía, la mengua intrínseca de fuentes o bien que se estaba desviando mucha agua Cabriel y Júcar arriba?

Desde el 21 de septiembre de 1878 y durante 22 días, una comisión dirigida por el arquitecto Antonio Martorell recorrió desde Cofrentes los ríos Cabriel y Júcar. Martorell adoptó la estrategia empleada por Morós y Morellón en el Júcar en 1847, cuya memoria la tacha de “notable y conocida” y de “satisfactorio resultado”. Como documentación utilizó la “Descripción física, geológica y agrológica de la provincia de Cuenca” publicada en 1875 por el ingeniero de minas Daniel Cortázar y Larrubia.

El reconocimiento de ambas cuencas se inició en Cofrentes. La inspección eligió primero remontar el curso del Cabriel y posteriormente pasar a la cabecera del río Júcar, próxima a la del Cabriel, para descender toda su cuenca hasta volver al punto de partida inicial: Cofrentes. Sin embargo, en el término de Boniches (Cuenca), la Comisión observó cómo el río Laguna o Mayor vertía sus aguas al Cabriel con un mayor caudal que el propio río principal (suele suceder en la actualidad en múltiples ocasiones). Por ello, la expedición decidió remontar sólo doce kilómetros más el Cabriel y volver a la desembocadura del río Laguna, remontándolo hasta Cañete. No llegaron a la cabecera del Cabriel, ya que creían que en el curso alto del río por su escaso caudal no existiría ninguna infraestructura importante que aprovechara las aguas (estaban equivocados como bien nos puede ilustrar el historiador serrano Mariano López).

El resultado de este reconocimiento es una jugosísima memoria firmada por Martorell donde se describieron todos los elementos de la arquitectura del agua que acompañaban al Cabriel. En total, a lo largo de nuestro Cabriel (antiguamente también en los documentos Cabriguel, Cabrihuel o Cabrinel) reconoció 45 presas o azudes de diferente rango (presas, presones y presoncillos según la memoria); 18 molinos harineros con 53 piedras o muelas; 5 batanes cuya utilidad era la de golpear, desengrasar y enfurtir paños; 1 martinete laminador de hierro y cobre en Contreras y 15 norias y ruedas hidráulicas. Las estimaciones de hanegadas de huerta regadas ascendían a más de 9.500, y de éstas sólo unas 1.730 se estimaban de riego sin derechos. No parecía que en esos 270 km. de Cabriel hubiera una sobreutilización de sus recursos hídricos.

La memoria refleja muchos aspectos interesantes como todas esas aldeas ribereñas ahora despobladas o bajo las aguas del embalse de Contreras (Fuencaliente, Cañaveral, Fonseca, Cuevas Blancas…). Muchas presas dejaban un portillo practicable para el paso de las maderadas que bajaban por el Cabriel desde épocas musulmanas. El elemento fundamental de la memoria son las presas o azudes con su función de retener al agua que aprovechaban sistemas de acequias, caces, norias, molinos, batanes, etc. Entre estas destacó como la mejor la Presa del General Crespo en el término de Enguídanos, la de Vadocañas o la de Casas del Río que proporcionaba agua por ambos márgenes al Molino de Cuellar, el del Conde y su célebre noria también presente. La Presa de la Vuelta de Contreras movía un martinete laminador, un molino de cuatro piedras y una rueda, convirtiéndose así en el tramo de mayor envergadura industrial del Cabriel. Curiosamente, las ruedas o norias eran movidas en el Cabriel por sus aguas, sin embargo, en el Júcar, entre El Picazo y Casas de Benítez, localizaron más de 100 norias movidas con los pies de los propios agricultores manchegos. Los puentes no fueron objeto de descripción de la memoria, pues, en principio, no suponen un abuso irregular de las aguas. No obstante, en algunos casos se mencionan los puentes que permiten vadear el incontrolable Cabriel como el histórico Puente de Pajazo que servía también de presa y que en sus aledaños mantenía la venta donde durmió Carlos V en 1528, ahora ya reconvertida en casa de colonos.

Otro elemento muy destacado eran los molinos que eran de agua y harineros y en algunos casos movían hasta cuatro ruedas como el Molino de Abellán (aguas abajo de Los Cárceles) cuya presa también daba agua a un batán, el de Vadocañas, el de Contreras o el de Molino de Don Melitón. Entre los sistemas de huertas destacan las de Basta (Cofrentes) cuya presa regaba 1.500 hanegadas o las del vergel de la Fuencaliente, cuyo nacimiento de agua nutría otras 1.500 hanegadas que eran definidas por Martorell como de “frondosidad pasmosa”.

Martorell ”leyó” el Cabriel con un lenguaje técnico y de carácter utilitarista, pero en ocasiones, la fría descripción de escarpas y contraescarpas dejó paso a la emoción de un recorrido “tortuoso” (adjetivo que surge varias veces en el informe), pero bellísimo en muchos de sus tramos. Así, al final de su memoria abandona la jerga técnica y rinde tributo al Cabriel con estas palabras:

“Llevando una gratísima impresión del pintoresco cuanto accidentado valle del Cabriel, lleno por todas partes de bellezas naturales, de incomparable efecto, ya de imponentes murallones verticales de colosal elevación, ya de frondosísimos bosques, en donde reposan los pasados siglos, ó bien de vistosísimos saltos con sus rosarios de cascadas y sus irisados cambiantes. Y entre tanta maravilla sigue su eterno y ondulante arrastre la serpiente de líquida plata, y paga murmurando su tributo al río Júcar”.

El de Martorell fue el primer reconocimiento del Cabriel, pero en el siglo XX nos queda la constancia de otro como un Itinerario del río Cabriel de 1936 que pasa por ser una ficha técnica muy completa del río o el reconocimiento efectuado por Luis Janini Cuesta en 1941 con el fin de proponer los lugares mejores para la construcción de un embalse.

Cuando uno lee al gran periodista medioambiental José Sierra sus crónicas de las polémicas en la ribera valenciana con los controvertidos trasvases y soluciones a la sed de agua, comprueba que los motivos que impulsaron las expediciones de Morós y Martorell siguen existiendo en comarcas valencianas y alicantinas, pero… oigan, no busquen su causa en los tramos medios y altos del Cabriel que ahí no están.

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